El Pueblo de Dios y la Vocación Laical
El Pueblo de Dios está compuesto, en su gran mayoría, por fieles laicos: todos los bautizados que no han recibido el sacramento del orden ni han hecho votos religiosos. Cristo los llama como Iglesia, no solo para ser destinatarios de la Buena Noticia de la Salvación, sino también para ser agentes activos de evangelización en el mundo. Cada bautizado está invitado a sembrar el Evangelio en la “viña de Dios”, que es la sociedad en la que vive, ejerciendo una tarea evangelizadora indispensable.
Como nos recuerda el Señor en el Evangelio:
“Id también vosotros a mi viña” (Mt. 20,3-4)
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc. 16,15; cf. ChL 33)
El Bautismo: Fuente de la Vocación Laical
A través del Bautismo, los fieles son injertados en Cristo y reciben una vocación triple:
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Sacerdotal: ofrecer la propia vida como sacrificio espiritual, santificando la vida cotidiana a través de actos de amor y servicio.
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Profética: ser testigos de la verdad de Cristo en palabras y acciones, anunciando el Evangelio con coherencia en todos los ámbitos de la vida.
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Real: participar en la construcción de la sociedad según los valores del Reino de Dios, siendo fermento de justicia y paz en la vida pública.
Según Lumen Gentium, los laicos están llamados a buscar el Reino de Dios en su vida diaria, ordenando los asuntos temporales según el espíritu de Jesucristo. Actúan como “levadura” que santifica el mundo desde dentro, participando de la misión de la Iglesia en la vida social, familiar y profesional. Esta vocación debe ser fomentada de manera constante por los pastores en las Iglesias particulares, ayudando a los laicos a descubrir su identidad y misión en el mundo.
La vocación laical como misión
Cada laico está llamado a transformar su entorno, llevando la fe a todas las dimensiones de la vida:
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En el trabajo, siendo testimonio de honestidad, excelencia y servicio.
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En la política y la economía, promoviendo justicia, solidaridad y el bien común.
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En la ciencia, el arte y la cultura, iluminando la creatividad con valores cristianos.
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En la familia y la comunidad, sembrando amor, respeto y fraternidad.
Ser laico no es secundario ni pasivo; es una vocación activa y concreta, que requiere formación, oración y compromiso. Cada cristiano, en su vida diaria, está llamado a ser signo del Reino de Dios en el mundo, cumpliendo su misión de evangelización desde su propia realidad y ejerciendo su triple función sacerdotal, profética y real, tal como enseña Lumen Gentium.