Pedid al dueño de la mies

La mies es mucha

Jesús lo dijo con verdad: hay mucho trabajo por hacer y pocas manos dispuestas a hacerlo.
Las almas —esa es la mies— esperan pastores que las acompañen, que las curen, que las conduzcan hacia Dios.
Pero si faltan sacerdotes, faltan quienes lleven el Evangelio, quienes celebren los sacramentos, quienes anuncien el perdón y la misericordia de Cristo.

No se trata solo de una escasez numérica: es una urgencia del corazón de la Iglesia.
Hay hambre de Dios, sed de sentido, necesidad de pastores.
Y el mismo Cristo nos ha dicho cómo responder: pidiendo.


Una llamada a orar

Jesús no dijo “organizad más” o “buscad mejores métodos”. Dijo:

“Rogad al Dueño de la mies.”

La vocación sacerdotal no nace de una estrategia, sino de la oración.
Dios sigue llamando, pero espera que su pueblo interceda.
Cuando la Iglesia ora, el Espíritu Santo actúa; cuando una familia reza, un corazón puede escuchar la llamada.

Por eso, cada cristiano tiene una responsabilidad real:
pedir al Dueño de la mies que envíe obreros santos, generosos, alegres.


Rezar con perseverancia

No basta con pedir una vez. Jesús habló de orar sin desfallecer.
Las vocaciones sacerdotales nacen en una Iglesia que reza con insistencia y confianza.

Reza cada día, reza en familia, reza el Rosario pidiendo por los sacerdotes y por quienes podrían serlo.
Cada Avemaría es una semilla.
Y cuántos sacerdotes, al contar su historia, lo confiesan:

“Mi abuela rezaba el Rosario por las vocaciones.”
“Un grupo en mi parroquia pedía cada semana por nuevos sacerdotes.”
“Alguien, en silencio, estaba orando por mí.”

Nada se pierde. Cada oración mueve el corazón de Dios.


La generosidad de interceder

Pedir vocaciones es un acto de fe, pero también de generosidad.
Significa reconocer que la Iglesia no nos pertenece: pertenece a Cristo.
Y Él quiere que su mies tenga obreros, que su pueblo tenga pastores.

Dedicar tiempo, oración, sacrificio, incluso ofrecer un Rosario o una comunión por las vocaciones, es parte de nuestra misión como laicos, familias y comunidades.
No hay oración más fecunda que la que pide por quienes un día llevarán la gracia de Dios a tantas almas.


Una Iglesia que ora unida

La vocación nace en una comunidad que ora, que camina unida, que vive la sinodalidad de saberse responsable de todos.
No basta con esperar que “otros” recen.
Cada uno cuenta. Cada uno puede ser instrumento para que un joven escuche la voz de Cristo que llama:

“Ven y sígueme.”


Pedir con fe

La mies es mucha. Las almas esperan.
Y el Señor nos ha dado el camino: pedir, confiar, insistir.

Pide cada día al Dueño de la mies.
Hazlo con fe, con constancia, con amor a la Iglesia.
Porque Dios escucha. Y cuando la Iglesia reza, Él responde.