Relaciones antes del matrimonio: amar sin poseer
El amor no se mide por la intensidad del deseo, sino por la verdad de la entrega.
En una época que confunde amar con usar, y la pasión con felicidad, muchos corazones terminan rotos porque se saltan el plan de Dios. No porque Él quiera privarnos de algo, sino porque nos ama tanto que solo quiere darnos lo que verdaderamente nos hace libres, limpios y felices.
Amar no es poseer
Muchos piensan que el amor es tener al otro, hacerlo suyo, fundirse en todo lo posible. Pero el amor cristiano no busca poseer, sino entregar y cuidar. Querer es querer para mí; amar es querer el bien del otro, incluso por encima de mis deseos.
Cuando una relación se vuelve posesiva, cuando aparecen los celos, el control o la desconfianza, algo se ha torcido. El corazón humano fue hecho para amar en libertad, y donde hay miedo o dominio, el amor se marchita.
Los celos son muchas veces la señal de una relación que ha perdido su pureza o su equilibrio: porque el cuerpo se entregó antes que el alma, o porque el amor se confundió con dependencia. Amar bien exige aprender a esperar, respetar y confiar.
El amor se destruye cuando se adelanta
La sexualidad es un don precioso de Dios, pero tiene su lugar: el matrimonio. No porque el placer sea malo, sino porque el cuerpo tiene un lenguaje que dice “me entrego del todo, para siempre”. Cuando se pronuncia esa promesa sin que el alma esté lista, sin haberla sellado ante Dios, se rompe algo dentro.
El sexo antes del matrimonio no une: confunde.
Hace creer que hay intimidad donde aún no la hay, y deja heridas que se arrastran durante años: sentimientos de vacío, dolor, dependencia o desconfianza.
El cuerpo se entrega antes de que la voluntad esté madura, y entonces el alma se rebela, porque fue creada para una unión total y definitiva. Por eso tantas relaciones se desgastan, se apagan, o se convierten en tormento.
Donde hay pecado, hay sufrimiento. No como castigo, sino como consecuencia. Porque el amor está hecho para la luz, no para la oscuridad.
La castidad: la gran escuela del amor
Ser casto no es reprimir el amor, sino aprender a amar de verdad. La castidad ordena el corazón para que el amor sea limpio, alegre y fiel.
Los novios que luchan por la pureza no viven menos amor: lo viven mejor. Su cariño es más fuerte, su alegría más pura, su confianza más sólida. No hay sombras, no hay miedo, no hay vergüenza.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto y un aprendizaje de la fidelidad. Reservarán para el matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal.”
Cada esfuerzo, cada renuncia, cada vez que uno dice “no” al impulso y “sí” a Dios, se siembra una semilla que dará fruto en el futuro matrimonio. Se cosecha lo que se siembra.
Pureza: el guardián de la felicidad
El respeto es el guardián de la felicidad de los esposos. Cuanto más limpios llegan al altar, más profunda es su unión. Lo dicen los que lo han vivido: los novios que se vencen y se guardan, llegan con ilusión, frescura y ternura nuevas.
La pasión tiene su lugar, pero cuando se usa sin control, termina cansando. Nada que se usa sin medida permanece bello.
Por eso, aprender a esperar es la mejor inversión en el amor.
El noviazgo no es un matrimonio en pequeño. Todavía no hay derecho a la entrega total. Es un tiempo para conocerse, para crecer juntos, para preparar el alma y el corazón.
Amar con cabeza y con fe
El amor no necesita probarse con el cuerpo, sino demostrarse con la fidelidad, el respeto, el cuidado y la oración. Quien ama de verdad, no presiona. Quien ama, espera.
Si uno de los dos no está viviendo su fe o no comprende lo que significa ser hijo de Dios, hay que ayudarlo con paciencia, pero también con firmeza. Amar no es permitir lo que destruye, sino invitar al otro a lo mejor de sí.
Puede que necesitéis un tiempo de distancia, para rezar, aclarar sentimientos y sanar. No pasa nada. Si el amor es verdadero, saldrá adelante; si no, es mejor dejarlo antes que perder la paz.
Y si necesitáis luz, buscad consejo en un buen sacerdote. Confesaros, orad juntos, recibid los sacramentos. Con la gracia de Dios, todo es posible. Sin ella, nada permanece.
Elegancia, pudor y dignidad
Vivir la pureza también pasa por la forma de presentarse. No se trata de ir tapados ni de esconderse, sino de vestir con elegancia, con recato, con respeto hacia uno mismo y hacia el otro. La belleza está en la dignidad, no en la provocación.
Una mirada, un gesto, una palabra pueden encender pasiones que no deben arder. Por eso hay que ser prudentes. Evitad lugares solitarios, momentos ambiguos, ambientes oscuros. La luz protege el amor.
Si te cuesta, no te rindas
Ser puro no es fácil, pero es posible. Requiere voluntad, oración y sacramentos. Y el premio es grande: una paz interior que ningún placer puede igualar.
Hay novios que lo consiguen. Muchos. Que viven su amor con respeto y alegría, y que llegan al matrimonio con una felicidad limpia. Son testimonio de que la pureza no quita el amor: lo eleva.
Y si has caído, no te quedes ahí. Dios no se cansa de perdonar. Vuelve a empezar, confía, y deja que su misericordia renueve tu corazón.
Pura hasta el altar
Tu novio no es todavía tu esposo. El amor total pertenece al matrimonio. No te dejes engañar por quienes te dicen que “da igual”, que “todo el mundo lo hace”. Amar con pureza es nadar contra corriente, pero quien lo hace, encuentra la verdadera alegría.
Defiende tu castidad con entereza. Haz de tu historia de amor un testimonio bello y limpio, algo que puedas contar un día a tus hijos sin avergonzarte, con el corazón lleno de gratitud.
Tu pureza no es fragilidad, es fuerza.
Tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, no instrumento de deseo.
Tu alma es para Dios.
Y recuerda: más vale entrar sola en el Reino de los cielos, que acompañada en el camino equivocado.
María, modelo de pureza y ternura
Mira a María, Virgen y Madre. En Ella se unen la delicadeza y la fuerza, la ternura y la firmeza. María enseña que la pureza no es frialdad, sino amor verdadero.
Su ejemplo ha sostenido a generaciones enteras de jóvenes que eligieron amar bien, a costa de todo. Mira también a los santos que defendieron su pureza con valentía: María Goretti, Josefina Vilaseca… Ellos son la prueba de que vale la pena.