¿Qué hacen las monjas?
Dos caminos, una misma entrega: la vida activa y la vida contemplativa
Cuando alguien pregunta “¿qué hacen las monjas?”, la respuesta más honesta sería:
“aman, sirven y oran por el mundo”.
Pero detrás de esas tres palabras hay una vida entera de entrega.
Algunas lo hacen en silencio, entre muros, y otras en medio del ruido del mundo.
Ambas formas son dos rostros de un mismo amor: Cristo.
“Las monjas son el rostro femenino de una Iglesia que ora, sirve y ama.”
Monjas de clausura: el corazón oculto que sostiene a todos
Son las monjas contemplativas, las que viven “escondidas con Cristo en Dios”.
Desde el silencio de sus monasterios, rezan por todos, por los que creen y por los que no, por los que sufren, por los que aman, por el mundo entero.
Así late su día
Su vida está marcada por un ritmo sereno y constante:
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Oración personal desde el amanecer.
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Eucaristía como centro de todo.
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Trabajo manual: huerto, costura, dulces, iconos…
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Silencio, que no es vacío, sino encuentro con Dios.
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Lectura espiritual y momentos de comunidad.
“El silencio no las separa del mundo, las une a él desde dentro.”
Aunque viven en clausura, no están desconectadas.
Acogen visitas en el locutorio, oran por intenciones concretas, y algunas elaboran productos que venden para sostener su comunidad.
En un mundo que corre, ellas se detienen para que el amor siga respirando.
Monjas de vida activa: las manos visibles del Evangelio
Mientras las contemplativas oran en el silencio, las monjas de vida activa salen al encuentro del mundo.
Son las que enseñan, cuidan, acompañan, curan y evangelizan.
Su oración se hace acción, su clausura es el corazón del prójimo.
Las encontrarás:
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En colegios y universidades, formando mentes y corazones.
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En hospitales, atendiendo enfermos con ternura.
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En barrios humildes, compartiendo la vida con los más pobres.
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En misiones lejanas, anunciando a Cristo con una sonrisa.
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En parroquias, acompañando grupos, jóvenes, familias, ancianos.
“Mientras unas oran por el mundo, otras lo abrazan con sus manos. Pero las dos lo aman con el mismo amor.”
Dos caminos, un mismo amor
Aunque vivan de formas distintas, todas las monjas tienen la misma misión:
seguir a Cristo más de cerca y hacer presente su amor.
Unas lo hacen desde la contemplación; otras, desde la acción.
Pero ambas son pilares invisibles que sostienen el cuerpo de la Iglesia.
“Si la Iglesia es un cuerpo, las monjas de clausura son el corazón que ora,
y las de vida activa son las manos que sirven.”
Las contemplativas recuerdan que Dios es el centro.
Las activas recuerdan que el amor de Dios se traduce en obras.
Y juntas nos enseñan que la fe no se entiende sin oración ni sin caridad.
💬 ¿Por qué elegir una vida así?
Porque en un mundo que busca éxito, ellas eligen dar la vida.
En un tiempo de ruido, escogen el silencio o el servicio.
Y en una sociedad que corre sin rumbo, se detienen a mirar a Cristo.
Ser monja —de clausura o de vida activa— es una vocación de amor radical:
un “sí” total a Dios, un compromiso de por vida con el Evangelio.
“No importa si oran o enseñan, si cocinan o misionan:
todo en ellas grita que Dios vale la vida entera.”
Dos estilos, una misma melodía
En los monasterios o en las calles,
en el silencio o entre los gritos del mundo,
las monjas siguen siendo testigos de que Dios está vivo.
Y mientras el mundo corre buscando sentido,
ellas —con oración o con acción— nos recuerdan el secreto más profundo:
la felicidad está en darse del todo.