¿Porque ser sacerdote?

Un Ministerio Sagrado al Pueblo de Dios "Los fieles esperan de los sacerdotes solo una cosa: que sean especialistas en promover el encuentro entre el hombre y Dios. No se les pide que sean expertos en economía, construcción o política. Se espera que sean expertos en la vida espiritual." ~ Papa Benedicto XVI

¿Podría Dios estar llamándote a ser sacerdote? Dios te hizo para un propósito único. Incluso antes de que nacieras, Él conocía tu vocación, tu misión en la vida. Y si eres un hombre católico fiel, Dios podría estar llamándote a un propósito más alto: convertirte en sacerdote católico.

Los sacerdotes tienen una misión crucial: llevar a las personas a Jesús y llevar a Jesús a las personas. Son padres espirituales de miles de católicos. Predican el Evangelio y ofrecen el sacrificio de la Misa. En resumen, los sacerdotes son testigos vivos de Cristo en el mundo: hombres de carácter firme que destacan en nuestra cultura secular.

Un buen sacerdote es un héroe espiritual, un hombre que se sacrifica por el pueblo de Dios. ¿Te está llamando Jesús a ser su sacerdote?

El sacerdocio es una vocación. Cristo pide a algunos hombres el sacrificio de sus vidas para seguirlo como sus compañeros más íntimos. Desde toda la eternidad, ciertos hombres son llamados al sacerdocio.

Es un llamado inscrito en su naturaleza y, por ello, es un llamado que les traerá plenitud.

Un sacerdote actúa In Persona Christi. Los sacerdotes actúan in persona Christi capitas, que significa “en la persona de Cristo, cabeza de la Iglesia”. Por eso el sacerdote habla en primera persona en la Misa: “Este es mi cuerpo, entregado por ustedes.”

Como escribió el Papa Juan Pablo II: “El sacerdote ofrece su humanidad a Cristo, para que Cristo pueda usarlo como instrumento de salvación, haciéndolo, por así decirlo, en otro Cristo.”

Un sacerdote posee un Poder Sagrado. Cuando un sacerdote hace presentes los sacramentos, posee un poder sagrado otorgado por Dios, en latín, sacra potestas.

El alma de un sacerdote cambia para siempre. En la ordenación, el alma de un hombre sufre un cambio ontológico—un cambio de ser—que marca su alma de manera indeleble para siempre. Una vez sacerdote, siempre sacerdote.